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El no hacer

Carmen María León Lopa

Carmen María León Lopa

“Mi vida y mis circunstancias no son más que el reflejo de mi estado interior. Lo que está dentro está fuera y lo que está fuera está dentro”. ¿A qué se refiere esta afirmación? ¿Quiere decir que el caos, el desequilibrio, la locura que nos empuja de un lado a otro corriendo sin ni siquiera saber adónde vamos, no es más que la imagen del estado de nuestro yo interno? Cierto. ¿Quiere decir que el sosiego, la paz y la armonía que recibo es reflejo de mi sentir interior? También cierto. Lo que nos ocurre con demasiada frecuencia es que tenemos un gran desconocimiento de lo que de verdad nos está sucediendo en cada momento.

Hacemos, hacemos y volvemos a hacer para deshacer continuamente y emprender una nueva acción. Parece que viviéramos presos de un miedo intenso a no aprovechar hasta el último minuto del día marcado por el reloj. Nos involucramos en cientos de tareas que consideramos útiles y que tenemos la obligación de hacer. Aunque, bien mirado y si nos paramos a pensarlo con frialdad, a veces ni son útiles ni son obligatorias. ¿O es realmente necesario un encuentro con esas personas que no nos agradan, simplemente porque son un compromiso que no puedo evitar? No temas hacer un alarde de honestidad y reflexiona sobre esta pregunta: ¿No puedes… o no quieres? ¿No puedes ser asertivo, escuchar y hablar desde el corazón, compartir tu vida con quien realmente deseas y no con quienes los demás tratan de imponerte? ¿O no quieres hacerlo? ¿Qué es lo que te frena? ¿El miedo, la falta de valentía, la culpa, la vergüenza? ¿Es eso lo que le estás transmitiendo a tus hijos en la educación de tu día a día, que lo importante es quedar bien con los demás, aunque sea por encima de sus preferencias o necesidades? Ten en cuenta que las acciones y los hechos suelen calar mucho más hondo que las palabras. Si quieres que tu hijo crezca con una saludable inteligencia emocional, lo mejor es que tú comiences a trabajar la tuya, a vivenciarla y a ser modelo de ello con tu hacer cotidiano. Ya sabes… ¡Tú decides!

Como veníamos diciendo, en nuestra cultura y en nuestra sociedad es algo más que condenable la pérdida de tiempo. Seguro que tenemos más o menos cerca a muchos que se sienten casi orgullosos – aunque a menudo les va la salud en ello –de vivir instalados en quejas del tipo “no tengo tiempo para nada”, “tengo mucho que hacer, así que no me entretengas”, “no puedo perder el tiempo en esas tonterías”… y una infinidad de referencias a la ocupación de cada segundo que resultan agobiantes tanto para quien las dice como para quien las recibe. ¿Cómo será el mundo exterior – y, por lo tanto y como hacíamos referencia al inicio de esta entrada, el interior – de estas personas? Una sucesión de situaciones que acontecen de manera precipitada y confusa y que se suelen enfrentar con respuestas automáticas y patrones inconscientes que son, la mayoría de las veces, escasamente gratificantes o reforzantes. Cuando las demandas externas son tantas que mis recursos para afrontarlas se vuelven insuficientes, todo mi yo reacciona avisándome de que algo va mal. Sabemos a qué nos estamos refiriendo: dolores de espalda, jaquecas, hipertensión, enfermedades cardíacas, insomnio, cansancio crónico, ansiedad y un largo etcétera de patologías asociadas a lo que hoy conocemos como estrés. E aquí parte del reflejo del mundo interior de aquellos quienes prefieren tener su vida repleta de instantes de hacer. Llegados a este punto… ¡cuidado! Porque esta tendencia también se está extendiendo a niños que, entre clases extra escolares de idiomas, tenis, fútbol o música, casi no tienen tiempo libre para ellos mismos y para disfrutar del juego y de las reconfortantes relaciones sociales y familiares.

Desde aquí hacemos una propuesta. ¿Cómo crees que cambiaría tu vida si cada día reservaras un momento para dedicarte a no hacer? Sabemos que es muy probable que ahora mismo estés llevándote las manos a la cabeza, negando firmemente y diciendo que te estamos pidiendo un imposible. De acuerdo. No pretendemos pedirte nada, simplemente te animamos a que pruebes, a que vivas la experiencia y a que compruebes si se produce algún tipo de cambio en ti y en tu existencia. Y si no te decides a probar… también te animamos a que reflexiones sobre tu negativa. ¿Qué es lo que te está impidiendo reservar tan sólo un pequeño momento del día – pueden ser horas… pero también minutos, nadie ha dicho cuánto ha de ser, eso lo decides tú – a encontrarte contigo mismo? ¿Tal vez recelo a reservar un espacio para la auto reflexión, no sea que encuentres algo que no te gusta? ¿Tal vez miedo a que alguien pueda pensar que estás dejando de lado otras obligaciones más importantes? Piensa sobre esto: ¿realmente crees que hay algo más importante que invertir en tu felicidad y en tu equilibrio? ¿Qué temes que ocurrirá si, durante tan sólo un pequeño espacio de tiempo, dejas de hacer y te dedicas a escucharte y sentir?

“Yo quiero, pero mi cabeza no me deja”. De acuerdo, es posible que este sea uno de los obstáculos que encuentres a la hora de no hacer nada más (y nada menos…) que ponerte en contacto con tu esencia. ¿Cómo sueles enfrentarte al vacío de pensamientos? Es probable que no lo hayas experimentado nunca, pues es prácticamente imposible dejar la mente en blanco y tan sólo unos pocos iluminados – hablamos de personalidades tan elevadas como Buda o Jesucristo – lo han conseguido. Pero… ¿te apetece probar? Lleva a cabo el siguiente ejercicio y prueba después a hacerlo con tu hijo. Recuerda que tú decides cuánto tiempo deseas que dure.

Ejercicio práctico

  • Pon una música que te resulte relajante.
  • Escoge un objeto que te guste. Puede ser una flor, una piedra, una maceta, un edificio, una vela… cualquier objeto que te resulte atractivo.
  • Siéntate frente al objeto con las rodillas flexionadas y la espalda recta en la postura del loto. Si te resulta incómoda, busca una posición que no te resulte molesta, pero cuida que tu espalda esté recta.
  • Respira profundamente llevando el aire al abdomen y fija la mirada en el objeto. Deja pasar los pensamientos que acudan a tu mente. Sólo obsérvalo: su color, su forma, su tamaño… No emitas juicios, tan sólo contempla y respira.
  • Presta atención a las emociones que estás sintiendo en ese momento de no hacer y cómo se reflejan en tu cuerpo.
  • Cuando termines, reflexiona sobre cuestiones de este tipo:
    • ¿Te has permitido dedicar un tiempo a no hacer nada de lo que habitualmente entendemos como productivo?
    • ¿Cómo te has sentido? ¿Cómo ha respondido tu cuerpo: con dolor, con incomodidad, con tranquilidad, con sosiego…? ¿Por qué crees que te has sentido así?

¿Crees que es importante dedicarte un tiempo a contactar contigo mismo, a dejar a un lado el mundo de fuera, a escucharte y a sentir?

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