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Cómo conseguir estados positivos a través del perdón

Carmen María León Lopa

Carmen María León Lopa

“Eres un niño malo. ¡Pide perdón ahora mismo!”. Con qué frecuencia decimos o escuchamos esto, ¿verdad? ¿Cuál es la respuesta del niño ante esta exhortación? Agachar la cabeza avergonzado, con el rostro rojo de ira, acercarse a la persona supuestamente ofendida y musitar con la boca pequeña un “lo siento” apenas audible. La respuesta del otro puede ser muy variada: quitar importancia, mostrar lo resentido que está, aprovechar para recriminar también al niño (que no a su conducta) y un largo etcétera de respuestas más o menos asertivas o agresivas y más o menos eficaces.

Ante esta situación, nos surgen varias preguntas. ¿Por qué nos resulta tan difícil pedir perdón y perdonar? ¿Qué significan pedir perdón y perdonar? ¿Qué emociones provocan?

En primer lugar, una aclaración importante. Por regla general, un niño no es malo. Su comportamiento puede ser incorrecto, por lo que sería una buena práctica cuando queramos hacer reflexionar a nuestro hijo sobre algo que no nos ha parecido acertado, el sustituir dicha acusación por has hecho algo que puede mejorarse –sólo es un ejemplo. Con esto evitaremos que el niño integre la creencia de que es malo y haga todo lo posible por no defraudarnos. Sí, lo sabemos. Un tema complicado el cómo se adquieren las creencias que guían nuestros comportamientos. Prometemos abordarlo en otra entrada del blog y veremos la importancia que pueden llegar a tener este tipo de expresiones que a priori nos parecen tan inofensivas.

Pero regresemos al tema que nos ocupa hoy. Cuando pido perdón de una manera sincera, estoy reconociendo ante la otra persona que he cometido un error o, como mínimo, admito que he podido hacer algo que le ha provocado una emoción que no le ha resultado grata. Para poder hacer esto, tengo que salirme de mi egocentrismo, mirar al otro y darme cuenta de que, aunque no haya sido mi intención, es posible que mi comportamiento haya podido causarle algún daño. Cuando le ofrezco mis disculpas, le muestro también mi humildad, mi interés por ella y por su bienestar y mi deseo de reestablecer de nuevo unas relaciones armónicas. ¡Cuántas cosas! ¿No?

¿Qué hacemos normalmente? En la variedad está el gusto. Hay quienes desprecian y acusan de sensiblería, están los que su arrogancia opina que es el otro el que debe venir a pedirme perdón, los poseídos por el miedo a que los rechacen sí reconocen abiertamente su equivocación… Probablemente conozcamos a todos estos y a algunos más. ¿Qué hay en común en todos ellos? Miedo. Diferente en cada uno, pero miedo al fin y al cabo: miedo a mostrar mis emociones, porque creo que es debilidad, miedo al rechazo y al abandono, miedo a no sentirme valioso si admito mis propios errores y flaquezas… Las emociones comunes a todos estos estados: enfado, rencor, vergüenza, inseguridad, temor, auto exigencia, culpa, remordimiento, desasosiego, confusión, nerviosismo, angustia, aprensión y un largo etcétera de emociones que nos apartan de cualquier estado que roce siquiera la felicidad.

Por otro lado, ¿qué ocurre cuando ofrezco mi perdón sincero? Que admito, desde el amor incondicional, desde la generosidad, desde la gratitud, la confianza y el respeto, que todos nos equivocamos, porque todos estamos en esta vida para aprender. Que si tú me has dañado es, muy probablemente, porque tú tienes tus propias heridas, igual que yo, y que han sido ellas las que te han llevado a tener ese comportamiento conmigo. Y te doy las gracias por tenerme en cuenta, por preocuparte de salir de ti, mirarme a mí y desear mi bienestar. Esta actitud nos genera emociones tales como la satisfacción, el agradecimiento, la tranquilidad, el agrado, la autoestima, la dicha, la complacencia, la confianza, la dignidad, la alegría y muchas más que si nos permiten acercarnos a un estado de placidez.

Una última pregunta antes de pasar a lo práctico. ¿Qué tipo de emociones deseas escoger para tu vida? Porque recuerda: tú escoges qué es lo que quieres sentir en tu vida.

Ahora que es posible que hayamos clarificado un poco más el entramado de relaciones entre el pedir perdón y regalar el nuestro, prueba a hacer el siguiente ejercicio con tu hijo.

Relajación en el perdón

– Sentaos juntos en un lugar tranquilo donde nadie pueda molestaros. Si es posible en contacto con la naturaleza, mejor.

– Cerrad los ojos y respirad profundamente. Relajad  vuestro cuerpo disfrutando de las sensaciones que os llegan del exterior: la caricia de la brisa en el rostro, el canto de los pájaros, la quietud del silencio que os rodea, etc.

– Pídele a tu hijo que recuerde vívidamente alguna persona y situación en la que se sintió herido y que la verbalice en voz alta. Pregúntale por qué considera que debían pedirle perdón.

– ¿Cómo se siente en este momento y dónde está localizada en su cuerpo esa emoción? ¿Siente ira y el rostro ardiendo? ¿Se siente triste, con dolor y pesadez en el pecho? ¿Siente miedo y el estómago encogido?

– Ahora pídele que imagine que esa persona está ofreciéndole sus más sinceras disculpas. ¿Qué le dice? Anímalo a verbalizarlo en voz alta.

– Hazle ver que probablemente actuó movida por unas razones que tal vez no conozcamos, que es posible que ni ella misma conozca. Tal vez también se sentía herida por otros motivos y no supo reaccionar de otra manera y por eso lo dañó también a él. Es posible que no conozca la sensación tan hermosa y la alegría que produce pedir disculpas y recibir el perdón. Es más, puede ser que esa persona sea incapaz de perdonarse a sí misma muchas de las equivocaciones que comete y que normalmente se sienta muy triste y muy insignificante, indigna de recibir el perdón de los demás.

– Una vez que ha podido entender un poco más a quien lo hirió, ayuda a tu hijo a comprender la importancia de dar y recibir un perdón sincero. Pregúntale cómo se siente ahora. Es posible que ya no sienta enfado, dolor, miedo o vergüenza sino compasión, ternura y amor. Hazle ver cuáles son las emociones que lo ayudan a sentirse mejor y anímalo a dejar a un lado el resentimiento, el rencor, el odio, el deseo de venganza y otros muchos estados destructivos. Pregúntale qué emociones prefiere tener y cuáles lo hacen sentirse más feliz y tranquilo.

– Pídele que, en voz alta y visualizando a la persona que lo ofendió, le diga: “Te perdono de corazón”.

– ¿Cómo se siente ahora? Probablemente más libre y con sensación de calma y gozo. Disfrutad ambos de este estado el tiempo que deseéis.

Un último apunte… ¿Te atreves tú a hacer este mismo ejercicio cuando sientas que alguien te ha lastimado? Sal de tu resentimiento y de tus propios miedos y prueba el bienestar que provoca el perdón sincero.

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